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Españoles que toman cocaína. Es la mayor tasa de consumo del mundo. |
Todo cambió en 1855, cuando un químico alemán logró extraer esa sustancia de las hojas de coca. Entonces se hizo muy popular en Europa y Norteamérica. Tónicos revitalizantes, como el vino Mariani y la Coca-Cola, contenían extractos de hojas de coca. También se vendía cocaína para inyectar, aún más concentrada, así que pronto se conocieron los perjuicios de su abuso y adicción. A principios del siglo XX ya se consideraba un vicio. La Cola-Cola comenzó a fabricarse con hojas "descocainadas" y desde 1929 es una bebida 100% sin cocaína.
Prohibida su venta y consumo, ahora la cocaína se trafica sobre todo en forma de un polvo blanco —clorhidrato de cocaína mezclado con sustancias como azúcar y talco— que se aspira (esnifa) por la nariz. Entonces se absorbe a través de las membranas nasales, pasa a la sangre y llega rápidamente al cerebro: sus efectos se notan en pocos minutos. Otros derivados de la coca (el crack, la base) se fuman, de modo que su efecto es mucho más inmediato e intenso, y menos duradero.
La cocaína altera durante un rato la química del cerebro, produciendo una sensación ficticia de placer y un estado de alerta y seguridad en uno mismo, que hacen que el consumidor esté más desinhibido y hablador. Mientras, su corazón late más rápido, le sube la tensión arterial y la temperatura, sus ojos se abren de par en par y se tensa la mandíbula.
Al cesar los efectos de la cocaína se produce una bajada desagradable, que induce a repetir el consumo para aliviarla. Ésa es la clave de su poder adictivo. Su consumo habitual puede causar a largo plazo daños psíquicos (paranoia, depresión) y físicos (pérdida de apetito, insomnio, perforación del tabique nasal, problemas respiratorios y aumento del riesgo de infarto). El efecto de la cocaína se refuerza con el alcohol, ya que el cuerpo los mezcla y produce cocaetileno, una sustancia que aumenta la euforia y es aún más tóxica.
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