Los jóvenes se encuentran en el centro de casi todas las dinámicas actualmente en proceso, siendo los más afectados por el conflicto y por la crisis, y ubicándose a la vez en el centro de la búsqueda de respuestas alternativas, centradas en la construcción de la paz necesaria para procesar la concertación y los cambios que todos los colombianos reclaman.
Así, en el país más violento de la región más violenta del mundo (según los estudios especializados de los principales organismos internacionales), los jóvenes reciben la peor parte, al estar en los principales puestos de todas las batallas, formando parte del ejército regular y de las principales milicias irregulares (grupos guerrilleros, grupos de autodefensa o paramilitares, servicios privados de seguridad, etc.). Y por si ello fuera poco, son los protagonistas centrales del “sicariato”, uno de los fenómenos más aberrantes de todo este complejo proceso, compuesto por decenas de miles de jóvenes (casi niños) que son contratados para matar a quien sea, por todo tipo de razones y en cualquier circunstancia.
Del mismo modo, son más de la mitad de los desempleados en todo el país, y si bien han podido disfrutar en mayor medida que en cualquier otra etapa de la historia nacional de los beneficios de un sistema educativo de amplia cobertura, enfrentan agudos cuadros de deserción escolar y reciben una capacitación que no los prepara adecuadamente para el desarrollo de sus roles como trabajadores y como ciudadanos. Sumado a ello, mientras las tasas generales de fecundidad han ido acercando a Colombia a los países que ya han completado su transición hacia modelos más equilibrados (menos número de hijos por mujer, mayor esperanza de vida, etc.) el embarazo adolescente se ha multiplicado y la estabilidad de las parejas se ha deteriorado significativamente, afectando en gran medida a las mujeres jóvenes, que enfrentan notorias dificultades para su integración social.
Hace ya casi veinte años, Rodrigo Parra realizó uno de los mejores informes sobre la situación de la juventud colombiana, y utilizó como título una frase que luego se popularizó en muchos otros contextos nacionales en América Latina, aludiendo a la “ausencia de futuro” como la perspectiva más probable para los años siguientes. Desde entonces, las condiciones sociales y económicas en el país han mejorado y el conflicto político se ha agudizado, al tiempo que el Estado se ha fortalecido y descentralizado en gran medida, pero las condiciones en las que crecen y maduran las generaciones más jóvenes, siguen siendo igualmente problemáticas, agudizadas en el cambio de milenio, como resultado de la crisis de la que todavía no se logra salir.
Lo dicho, permite analizar hasta que punto las políticas públicas relacionadas con la juventud no han podido responder de manera adecuada a esta compleja situación, a pesar de la amplia y variada gama de recursos invertidos en las mismas, todo lo cual, lleva directamente a la revisión de las propias estrategias utilizadas para su diseño e implementación. Aunque el tema se analiza en otra sección, importa destacar aquí este hecho, porque el mismo remite a la identificación de causas estructurales, de larga y extendida vigencia, que habrá que enfrentar con decisión y firmeza si se pretende modificar estas preocupantes tendencias, para las y los jóvenes y para el conjunto de la sociedad.
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